La exclusividad del ballet
clásico para la mujer: ¿un mito?
Aquel niño con problemas de conducta que nació en un tren escribiría la más grande historia del
universo artístico: las memorias de Rudolf Nuréyev.
El 17 de marzo de 1938 nací en el
anticuado tren que tomó mi madre ese día. Mi nacimiento representó todo un
privilegio para Rusia, puesto que, años después, me convertiría en un héroe
nacional por ser el mejor bailarín de todos los tiempos.
La violenta llegada de la Segunda
Guerra Mundial impidió que comenzara mis estudios de ballet antes de 1955,
cuando la Academia Vagánova me abrió sus puertas al percatarse de que el
talento corría fugazmente por mis venas. Evidentemente, fui reconocido como el
mejor del lugar y se me permitió viajar fuera de la Unión Soviética para
demostrar mi incomparable habilidad; todos deseaban tener el honor de verme.
Nuréyev con Bruhn |
La fama hizo que una manada de
críticos envidiosos y despreciables intentara terminar con mi éxito, metiéndose
en mis asuntos y diciendo que mi temperamento era temible, grosero e impulsivo,
debido a “conflictos internos respecto a mi propia sexualidad”. Puedo mencionar
que personajes como Jacqueline Kennedy y Mick Jagger tuvieron la dicha de
simpatizar conmigo, pero quien cambió mi vida fue Erik Bruhn: mi amante, mi
confidente y mi protector; le fui infiel infinitas veces, pero nunca nada nos
separó.
Precisamente por mi conducta, me
prohibieron recorrer el extranjero y me condenaron a actuar solamente en Rusia;
sin embargo, aquellos maniáticos no se saldrían con la suya. El lamentable
accidente del bailarín principal Konstantín Serguéyev me vino como
anillo al dedo: en 1961, lo sustituí exquisitamente en París y me convertí en
un ícono para Occidente, por lo que pude decidir dónde y con quién bailar a
partir de ese momento.
Nuréyev en The Muppets Show |
Los demás no se comparaban con mi
grandeza: incontables cineastas me solicitaban y hasta debuté en la gran
pantalla con una versión de Les Sylphides; muchos afirmaban que no tenía el talento necesario para el cine, pero
lo cierto es que él no estaba a mi altura. Aparecí en el programa The Muppets Show y logré que triunfara mundialmente, sin mencionar mis célebres
experiencias en producciones de Broadway.
Tardíamente, en 1983 fui nombrado
director del Ballet de la Ópera de París. Si me hubiesen designado con
anterioridad, ¿quién sabe lo que hubiera hecho para perfeccionar esa compañía?
Sí, siempre tuve las mejores ideas.
Si bien me cuesta hablar de esto,
debo decir que una letal enfermedad me desgarraba por dentro: el sida. Debí
aceptar que estaba muriendo y con ironía gané la admiración
de miles por mi gran coraje.
En 1992, durante la mayor ovación antes
recibida, se me hizo entrega del trofeo cultural francés más prestigioso:
Caballero de la Orden de las Artes y Letras.
Aquel telón se me cerró definitivamente a los 54
años, cuando el cielo parisiense acogió mi fallecimiento.
Este niño con problemas de conducta que nació en un tren escribió la más grande historia del universo artístico: las memorias de Rudolf Nuréyev, mis memorias.
La exclusividad del ballet clásico para la
mujer sí que es todo un mito. Sé que mi historia trascenderá en el
tiempo…
Tributo a Nuréyev